miércoles, agosto 09, 2006
Lara
Es de noche. Sentado en frente de la computadora me divierto intercambiando palabras a distancia, con amigos y otras personas que ni siquiera conozco. Siento una presencia en mi habitación. Hoy, en mi distracción cotidiana, olvidé poner música y entonces estoy en armonía con el silencio. Pero algún sentido percibe a alguien o algo que está conmigo, acá cerca (mi habitación es casi tan chica como el lavadero de un departamento de tres ambientes). Logro obligar a mis ojos a desviarse del monitor cuando, caminando por la puerta cerrada, la veo a ella. Es una cucaracha y está cometiendo el error más grande que ninguna cucaracha debe cometer: mostrarse ante la vista de un ser humano. Lejos de pegar un grito, enmudezco y un poco asustado, pienso. Ella me tiene miedo, seguramente se dio cuenta de que está en problemas. Yo, en mi indecisión advierto que se quiere alejar, y me pongo de pie, un poco más rápido de la velocidad con la que crece un árbol y un poco más lento de lo que se mueven sus hojas con el viento. La sigo mientras apura sus pasos para al menos encontrar piedad en mi olvido. Pero no me conoce. No puedo dormir sabiendo que estoy compartiendo mi habitación con una cucaracha “amateur” (las cucarachas “profesionales” son casi invisibles y casi ciegas). Advierte los latidos de mi corazón y se dispone a huir a toda prisa. Miro mi habitación, y noto que va justo hacia allí. Tengo unos bongos tirados en la alfombra que nunca uso porque están rotos y aunque me guste escucharlos, no se tocarlos como debería. Los levanto con cuidado, y la pobre cucaracha, cuál ratón amaestrado, detiene su fuga justo debajo de ellos, y es ahí cuando creo que su final llegó. Los dejo caer y respiro aliviado. Sé que esta viva todavía, pero eso no me preocupa, me siento seguro al saber que va a estar allí hasta que yo lo desee. Cientos de veces mi inconciencia calmó mis inquietudes, y ésta creo que no va a ser la última.
Volví a la mentira de conectarse con el mundo a través de internet y me quedé unos minutos más hasta que tuve sueño, me despedí de la gente, apagué la PC y la luz; encendí un velador y antes de meterme dentro de la cama, miré los bongos y deduje que era inseguro que nada los mantuviera firmemente pegados al piso, entonces busqué la guitarra, se la apoyé encima y me fui a dormir pensando que la pobre cucaracha (ya comenzaba a darme lástima) se iba a morir ASFIXIADA.
Al despertar al otro día, en la mañana ni siquiera me detuve a pensar en ella, pasé por al lado de los bongos y fui al baño a lavarme la cara y los dientes. Mientras secaba con la toalla el agua que caía por mi cara, me acordé. Ya debe estar bien muerta. Bajé las escaleras, rumbo al desayuno. Algo dentro de mí posponía el encuentro con el cadáver. Pero el tiempo pasó y ya no pude esperar más. Terminé el desayuno, volví a mi habitación y junté valor para sacar la guitarra de arriba de los bongos y levantarlos raudamente. Gran sorpresa. Ella no estaba allí. Me sentí cerca del vértigo, pero estaba tranquilo porque hasta la noche tenía tiempo de encontrarla y darle el fin que se merecía. La impaciencia alteró mi estado de ánimo y me propuse encontrarla, así que fui a buscar un insecticida que terminara con mi problema y con el de Lara; me gustó ese nombre. (No me pareció estúpido ponerle nombre a una simple cucaracha; si fríos muñecos de peluche tienen nombre ¿Por qué un insecto que tiene vida propia, se alimenta, vive y muere, no puede tenerlo?).
Armado de ese envase con veneno dentro, entré a mi habitación con el presentimiento de que ya no la iba a encontrar. Tal vez Lara aprendió a ser una cucaracha profesional y emocionada fue a compartir con su familia este logro, pensé; crucé con la mirada todo mi cuarto y la encontré justo al lado de los bongos. Como un principio de acción-reacción le disparé el veneno. Confundida se dejó caer sobre sus piernas que velozmente se movían en busca de aire; atravesó la puerta dirigiéndose hacia las escaleras donde encontró su muerte. Miré su cuerpo tirado casi enmascarado por la vertiginosa crueldad de los que heredamos un instinto asesino. Me detuve a pensar lo que había ocurrido y una furtiva lágrima despuntó de mis ojos al sospechar que Lara tal vez me esperaba allí, al lado de los bongos, para decirme algo. Quizás no sabía actuar como una cucaracha profesional, pero sí sabía hablar el lenguaje de los que miramos al mundo desde las ventanas cerradas de nuestras almohadas. Enterré su cuerpo sin vida en el jardín y dediqué unos minutos a sentirme cruel; luego volví a mi cuarto y me acosté. Ya no tenía ganas de salir a trabajar.
 
Creado por marianitooo a las 12:45 a. m. | Permalink |


5 Comments:
-------------------------------------------------------------------------------------------

  • At 7:29 a. m., Anonymous Anónimo

    conozco esas palabras. ;)

     
  • At 7:30 a. m., Anonymous Anónimo

    y conozco también el cd de la foto!!!! :D
    mi querido Jussi..

     
  • At 10:12 a. m., Blogger A

    jaajja me muero..se llamaba Lara! nice, nice...

    Una vez...agarre un huevo de cucaracha, lo encerré en una cajita con algodones en su interior, lo cerre te juro que a mil de fuerza...y despues de dos dias me digne a abrir! y what! a fuck! la bicha ya no estaba! nonononnon su genialidad ante la "escurridicción" es fabulosa.

    Gran insecto espantoso, gran!

    Reconzcamosle sus meritos!

    besotes!

    A

    pd: no puse acentos porque se me convierten los simbolos.

     
  • At 6:42 a. m., Blogger Otávio Pacheco

    Me gustó mucho ese escrito. Escribís muy bien.

     
  • At 2:57 p. m., Anonymous Anónimo

    sos groso marian, posta, me encantó...