Por los minutos de tus horas en mis días guarezco tu rostro. Lo veo. Lo veo y desvanezco. Lo veo, lo siento, lo lloro, lo deseo y lo exploto. Disconformidad para las situaciones de grito. Un grito, dos gritos y un hombre que implora. ¡Ardor de párpados! sos lo que lloro, sos lo que veo; y una vez me dijiste “vida”, pero yo escuché otra cosa.




(También alguien se ocupó de mi en algún tiempo)




No soy novedad, no estoy pendiente de tu insolencia, pero voy a contar con ésta madrugada para la ocasión que viene a mutilarme. Tu boca lastimando a quién la imagina tan cerca o tan lejos; y a veces tu verde, tu color preferido y mis rojos (aunque esta combinación poco feliz no representé nada de nada). Pasaje y vuelta a la vuelta de los círculos, por quién lo predijo y por quien me tiene atado hasta el paladar. Estás sentada en la silla; deseo adormecerte y tocarte la boca con los ojos. Esto funciona, miento y te robo las cartas en venganza por robarme el corazón. Solo que no sirvo, solo no sirvo, solo, solo, solo, solo. Viene y se va. La garganta que muere fusilada, los animales, la paciencia de una perdición de los hijos que vamos a tener en el tiempo en que alguien los llueva. Verde otra vez y un abrazo que parece paternal. Que escapa a quien lo llama, que no lo nombres que te quiero que me queres que no me llamas que no me hablas que te voy a matar que es mentira que abrazame que no mucho porque me duele que me voy a cantar. Adiós.