Mi presencia, como sombra tardía de un reflejo,
te mantenía callada. Aunque enamorada me silenciabas,
te advertí consecuencias nostálgicas.
Bien, quisiste abandonar tu periscopio seductor y
ofrecer caricias de holgazán comprensible.
¡Gracias inquebrantable melancolía!
Tus letras a mi suelo, suficientemente oprimido,
dejaron rectángulos de liviandad para devorarme.
Comprendí, entusiasmado, que sumergías mis rayos
en la paciente cascada de tus caprichos;
porque nunca lo recuerdas:
este el momento de correr el riesgo,
este es el momento para regar calles de idilio.